Hemos llegado a un punto que en el que la exposición a toxinas es mucho mayor de lo que el cuerpo puede procesar, de ahí la oleada exponencial de enfermedades crónicas y degenerativas de todo tipo, con el temible cáncer a la cabeza. Esta exposición ocurre ya durante el embarazo, lo que explica la aberración de que cada vez más bebés ya nazcan en lo que se podría denominar un estado cancerígeno.
En pocas décadas hemos pasado de alimentarnos con alimentos, a alimentarnos con alimentos rociados con venenos, a alimentarnos directamente con veneno.
Lo que a cualquier extraterrestre que se le ocurriese visitar la tierra le parecería un suicidio colectivo, le parece perfectamente normal a los que llenan día tras día sus carritos en el supermercado.
¿Y por qué digo que nos alimentamos directamente con veneno?
La
soja Bt y el maíz Bt de la todopoderosa multinacional Monsanto han sido
modificados genéticamente para producir un pesticida que mata a los insectos, lo que los convierte a la misma planta en un veneno. Y encima, al ser plantas, no están sujetas a regulaciones que limitan la cantidad máxima de residuos permitidos de pesticidas, como ocurre con el resto de cosechas fumigadas (evidentemente es imposibe regularlo, dado que todas y cada una de las células de la planta producen veneno constantemente).
Las cosechas genéticamente modificadas se esconden en prácticamente todos los alimentos procesados, carne, huevos, lácteos y pescado (leer
artículo del boletín anterior). Y para completar el trío tenemos el algodón Bt. No sólo te alimentas con frankenfood sino que te vistes con frankenclothes y respiras
frankenair.
Por ello no es para nada de extrañar que en el 2011 los médicos del la Universidad de Sherbrooke en Quebec detectaran la toxina Bt en la sangre del 93% de las mujeres embarazadas y en el 80% de los cordones umbilicales de sus bebés.
Reprod Toxicol. 2011 May;31(4):528-33
Eso sí, sin pensarlo dos veces lucimos el lacito rosa del cáncer de mama y donamos el dinero que cada vez nos cuesta más ganar a las multinacionales, en este caso farmaceúticas, para que encuentren una cura al cáncer, o para campañas de prevención con
mamografías que emiten radiaciones que producen cáncer, o que presionan tanto las mamas que, si ya lo tienes, sin duda lo expanden más.
Eso sí, sin pensarlo dos veces nos echamos a la calle a protestar por el cambio climático, pero ni nos inmutamos cuando cada día vemos el
cielo surcado de líneas rectas paralelas y entrecruzadas, ni nos preguntamos qué hacen encima de las ciudades varios aviones volando a la vez a baja altitud en formaciones militares dibujando dichas líneas si no estamos en guerra. Si es que están de prácticas cómo es que practican día y
noche, y en prácticamente todas las ciudades y pueblos, no sólo de España, sino en casi todas las partes del mundo, como cualquiera que haya viajado al extranjero puede constatar. Total, si comemos alimentos fumigados, qué más da que nos fumigen a nosotros también...
Eso sí, sin pensarlo dos veces nos escandalizamos de los "desaprensivos" padres del niño que murió de difteria este verano en Barcelona porque sus padres no quisieron incrementar su carga tóxica con
vacunas repletas de mercurio, aluminio, metales pesados, líquido de embalsamar cadáveres (formaldehído), virus vivos, células humanas y de animales de todo tipo (monos, cerdos, pollos, ratones..), glutamato monosódico... (sustancias por las que un padre si se las diera a sus hijos acabaría entre rejas). Pero ni nos inmutamos con los miles de niños que
han muerto o han sido
incapacitados irreversiblemente de por vida gracias a las vacunas.
Ni nos extraña que niños vacunados sigan contrayendo las mismas enfermedades por las que fueron previamente vacunados.
Ni nos indignaremos cuando pronto sigamos los pasos de California, donde se acaba de aprobar una ley que prohibe la escolarización de los niños no vacunados, inclusive por motivos religiosos (algunos grupos religiosos como los Amish, donde por cierto el autismo brilla por su ausencia, no aceptan la vacunación)
Ni nos sorprende que, si las vacunas son tan maravillosas como nos cuentan, por qué desde 1996 sólo en USA el gobierno ha pagado 3 billones de dólares en indemnizaciones a los niños que fueron dañados por las vacunas.
Ni nos preguntamos si ese pobre niño habría muerto si cada uno de nosotros "votara con su bolsillo" y nos negaramos rotundamente a comprar veneno. Porque es bien sabido que un
sistema inmune robusto, en lugar de uno envenenado, es capaz de hacer frente de forma eficientemente a todo tipo de patógenos.
Y por no preguntarnos ni nos preguntamos si ese pobre niño quizás hubiera muerto también aunque le hubieran puesto la vacuna.
Pero yo sí me pregunto:
¿No sería más sensato comprar
alimentos ecológicos o cultivar nuestras propias verduras, lo cual es prácticamente gratis y perfectamente
viable aunque vivas en una ciudad?